19 abr 2012

Adiós, Giraud. Adiós, Moebius

El pasado día 10 de marzo moría, a sus 73 años, el artista francés Jean Giraud. Al mismo tiempo, moría también Moebius. Dos nombres que hacían referencia a la misma persona pero a trabajos completamente distintos: el académico, sobrio y correcto estilo de Giraud; y el fantasioso, caricaturesco y libidinal trazo de Moebius. Y es que había tanto potencial, tanta creatividad en estado puro, tanto genio en este individuo tan recientemente perdido que le hicieron falta dos nombres, dos identidades paralelas, para darlo todo de sí.


Giraud/Moebius


Como Giraud, alcanzó fama sobre todo con la monumental saga El teniente Blueberry, uno de los grandes títulos franceses abordando la épica del western americano y que, curiosamente, firmó en sus inicios con un tercer sobrenombre que cayó en desuso, Gir. Con un trazo detallista rallano en la obsesión, se encargó primero del aspecto gráfico sobre los guiones de Jean-Michel Charlier, y más tarde tomó él mismo las riendas de la colección escribiendo las aventuras del personaje. Bajo el mecenazgo inicial de gente de la talla de René Gosciny, Giraud pronto se convirtió en un autor aclamado por su solidez narrativa y estilística, fundamentada en las más hondas raíces del cómic como tal: no por nada demostró a lo largo de su carrera tener un conocimiento enciclopédico, y también un amor y un cariño desmesurado, por las propias fuentes del arte secuencial, como podría ser el Little Nemo in Slumberland, de Winsor McCay. De hecho, con la propia Blueberry marcó una página más de la historia del medio y suscitó el interés de otros como el cinematográfico, como ya se demostró con la merecida, aunque decepcionante, adaptación del personaje a la gran pantalla de manos del director Jan Kounen.


Blueberry, ejemplo paradigmático del arte de Giraud


Como Moebius, le dio completamente la espalda a la tradición académica, a la narrativa tradicional y a los cánones imperantes en el comic europeo de los 70-80. Le dio completamente la espalda a su yo-Giraud. Bajo este seudónimo se dedicó en cuerpo y alma a la experimentación gráfica, al descubrimiento de nuevos terrenos, formas de expresión y fórmulas que renovasen el encorsetado mundo de la historieta. Cofundador de revistas tan importantes como Métal Hurlant, mostró en sus páginas un estilo más libre, cercano a la caricatura pero trabajado y refinado hasta límites insospechados. Obsesionado brutalmente por la ciencia-ficción, en obras suyas como Arzach o El garaje hermético citaba a autores de la talla de Michael Moorcock, Philip K. Dick o Ray Bradbury en sus guiones mientras sus formas referían, siempre desde su personalísimo filtro, a autores nipones como Osamu Tezuka, Katsuhiro Otomo, Jiro Taniguchi o Yukito Kishiro, siendo además uno de los primeros europeos en declararse seguidores del estilo manga. Sin embargo, el dedicarse a los temas de género no le quitó del filosofar de manera profunda y acertada acerca del hombre y sus vicisitudes, inquietudes que reflejó en todos sus trabajos y que dieron lugar por su parte a obras profundas y cargadas de sentido como su ¿Es bueno el hombre?


El garaje hermético, una de las obras más ambiciosas de su carrera


Es con esta faceta de sí mismo con la que alcanza más notoriedad, hasta el punto de que muchos críticos y estudiosos del cómic afirman que hay un antes y un después respecto a su obra debido a la densidad e importancia de sus hallazgos expresivos y estéticos. En este aspecto cabe destacar su relación casi simbiótica con otro gran artista inimitable, Alejandro Jodorowsky, a quien conoció en una fallida adaptación cinematográfica de la saga Dune, de Frank Herbert, en la que iban a participar también gente como Dalí, H. R. Giger y los Pink Floyd. Afortunadamente, no perdieron contacto cuando el proyecto se desbandó y acabó en las manos de David Lynch, y emprendieron juntos la saga El Incal, con toda probabilidad el trabajo más famoso y meritorio de ambos en el terreno de la novela gráfica, y que sigue teniendo vida gracias a las precuelas, secuelas y spin-offs que se derivan de la obra madre. A este magno título siguió otro gran trabajo conjunto como es El corazón coronado, y varios carteles de películas de Jodorowsky. Como artistas, ambos se complementaron perfectamente el uno al otro, y crearon un universo genuino e inimitable que sigue marcando tendencia con gran fuerza en el cómic fantástico y de ciencia-ficción actual.

El Incal. Sobran las palabras

Tanto buen hacer no podía quedar reducido únicamente al medio del comic: Giraud/Moebius también son dos nombres importantes en la historia del cine. Sin su aporte, las películas fantásticas, futuristas y de hipótesis tecnológica no serían lo mismo. Indirectamente, su estilo influenció a Giger en su aportación para Alien, el octavo pasajero, a Syd Mead con Blade Runner o a los Wachowsky en su saga de Matrix, y más concretamente firmó trabajos de diseño para obras tan capitales como el Willow de Ron Howard la saga de La guerra de las galaxias de Geroge Lucas o El quinto elemento de Luc Besson por mencionar las cabezas de una lista muy extensa. Además, en proyectos más personales, pudo adaptar al campo de la animación su propia versión de Little Nemo y su obra de juventud Arzach, y se vio homenajeado por otros artistas gráficos tan relevantes como Richard Corben en la película de culto Heavy Metal.


Blade Runner: enormes zigurats hipertecnológicos rasgan un cielo saturado de contaminación y poblado de coches voladores. Sólo podía ser Moebius


¿En qué se traduce esta muerte? Desde mi punto de vista, en una pérdida para la humanidad: el tiempo jamás perdona, y nos ha arrebatado a un hombre brillante cuya humildad, optimismo y energía habrían sido quizá más necesarios que nunca para iluminar el deprimente futuro que se avecina. Nos queda su obra, con la que contribuyó como ningún otro al crecimiento y la dignificación de un medio tan menospreciado como el cómic, conquistó aún mayor gloria para el cine, e incluso dejó su grano de arena en la última de las bellas artes, el videojuego, con títulos de culto como Pilgrim, en colaboración con el novelista Paulo Coelho. Es un triste consuelo, al menos, que antes de morir pudiese confesarse y exorcizar a sus demonios a través del canal que más amó, con la serie de novelas gráficas Inside Moebius.


En espera de mejores noticias y pretextos para seguir escribiendo, me despido hasta el siguiente artículo. Buen cómic, buen cine y buen arte, compañeros.


Ernesto

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